Mentir es un hecho universal, se da en todas las culturas y posiblemente haya existido en las sociedades de todas las épocas y para David Livingstone Smith –autor del libro ¿Por qué mentimos?– es una característica básica del ser humano y no existe persona que no mienta o haya mentido en su vida aunque sea de manera ocasional y con un fin de protección.
Cuando es habitual, en cambio, siempre ocurre por razones muy personales y subjetivas y cada individuo lo hace con distintas finalidades: quedar bien, conseguir algo que se quiere, no perder privilegios, obtener utilidades, no encarar la verdad, ser aceptado, postergar decisiones.
A decir la verdad como a mentir se aprende en la infancia, y por tal razón cuando los padres mienten, aunque no se den cuenta, les enseñan ese estilo de comunicación a sus hijos.
Le brinda al sujeto una dosis de satisfacción ya que suele sentir cierto grado de placer por ser más listo que los otros, al mismo tiempo que el riesgo lo hace disfrutar de su adrenalina.
Como contracara, le implica un gran esfuerzo mental ya que mentir obliga a generar otras nuevas para sostener su posición y después recordarlas.
Tanto a decir la verdad como a mentir se aprende en la infancia, y por tal razón cuando los padres mienten, aunque no se den cuenta, les enseñan ese estilo de comunicación a sus hijos.
Así como el organismo necesita de una buena alimentación para su adecuado desarrollo, la verdad es imprescindible para un sano crecimiento psicológico según los estudiosos de la mente y es un nutriente esencial para la salud mental.
Por el contrario, la mentira tiene un potente efecto nocivo sobre ella ya que genera personalidades falsas, disociadas e inconsistentes.
El mentiroso suele ser una persona con grandes conflictos internos, un ego débil, una autoestima baja y con frecuentes problemas interpersonales. Es habitual en algunos adolescentes de personalidad inestable y cuyos padres son excesivamente exigentes o rígidos con ellos.
Aunque la mentira forma parte del desarrollo humano desde la niñez, se convierte en una cuestión patológica cuando es una conducta reiterada y repetitiva. Recibe el nombre de mitomanía cuando se vive para y por la mentira.
La mentira siempre tiene una intención precisa que es la de aprovecharse o perjudicar al otro, aunque el mentiroso quede también preso de esa acción.
Quien miente logra cierto placer ya que se siente más inteligente que los demás y el riesgo que corre le produce un placentero aumento de la adrenalina. Pero con un profundo drama íntimo del cual queda atrapado ya que termina creando un personaje que en realidad no es, por lo cual los halagos o las valoraciones que logre obtener no podrá disfrutarlos por saber que no coinciden con su verdadero yo.
La mentira es un mal mecanismo de defensa para aliviar dolores, vergüenzas, frustraciones o llamar la atención. Pero, en especial, es una señal de peligro ya que cuanto más se miente más perturbada está la personalidad.
Clarín.com
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