Todos sentimos miedo alguna vez. El miedo es un aliado que nos protege y evita, por ejemplo, que expongamos nuestras manos al fuego o saltemos de un avión sin paracaídas. Esta forma de miedo se transforma en prudencia salvadora.
Pero no siempre el miedo juega a nuestro favor. Muchas veces nos colma de angustia, nos paraliza y evita que avancemos hacia una posición más saludable.
En ocasiones, tememos realizar cierto cambio o enfrentar determinada situación creyendo que podría sobrevenir sobre nosotros la desgracia.
Lo curioso es que detrás de dicho miedo suele esconderse, en realidad, un deseo; uno que ese mismo miedo no nos permite ver y alcanzar. Ese temor nos distrae e impide que reconozcamos cuál es ese deseo; porque de ser conscientes de él, tal vez deberíamos hacernos cargo y eso implicaría salir de una posición de comodidad y animarnos a intentarlo.
No obstante, si no traspasamos la barrera del miedo, habremos de permanecer por siempre en un lugar que no queremos y que, por lo tanto, nos angustia. Todos sabemos que no es posible hacer una tortilla sin antes romper algunos huevos.
Siempre hay varios caminos. Podemos transitar la vida como un niño angustiado que se cubre hasta la nariz con sus sábanas, pensando con pavor en el posible Cuco; o ser como ese otro niño que se arma de valor y se anima a mirar debajo de la cama, confirmando que el Cuco no está allí.
El miedo al cambio nos mantiene prisioneros en una zona de confort que, en verdad, no tiene nada de confortable. Solo nos parece cómoda porque la hemos habitado demasiado tiempo y nos resulta conocida. Pero nunca será totalmente satisfactoria: está en cada uno de nosotros escoger si opta por resignarse o por correr el riesgo esperanzador que implica un cambio.
Si lo que se pretende es mejorar, se debe tener presente que no existe persona alguna que haya logrado algo significativo en su vida sin antes haberse arriesgado. Más allá de nuestros miedos, descubriremos que el deseo y la esperanza nos aguardan y que bien vale pagar el precio que cuestan. Porque, en definitiva, el costo más alto termina siendo sacrificar aquello que en verdad queremos y vivir infelices.
Si lo que buscamos es estar en paz con nosotros mismos, atrevámonos a mirar debajo de la cama. Será sólo a partir de que enfrentemos aquello que tememos, que podremos descubrir que el Cuco no existe.
Mientras no avancemos en este sentido, nuestro deseo seguirá aguardando en algún lado.
¿Otra cuestión para tener en cuenta? Sí, una esencial: cuando debamos tomar alguna decisión, siempre será más saludable no decidir en base al miedo sino a nuestra esperanza.
[El Lic. Daniel A. Fernández es psicólogo y autor del libro El origen de tu angustia].
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